Construida a partir de pinceladas breves, Luz de verano, y después la noche retrata de forma peculiar y cautivadora una pequeña comunidad de la costa islandesa alejada del tumulto del mundo, pero rodeada de una naturaleza que les impone un ritmo y una sensibilidad particularísimos. Allí, donde parecería que los días se repiten y un invierno entero podría resumirse en una postal, la lujuria, los anhelos secretos, la alegría y la soledad enlazan los días y las noches, de forma que lo cotidiano convive con lo extraordinario.
Con humor y ternura por las debilidades humanas, Stefánsson se sumerge en una serie de dicotomías que marcan nuestras vidas: la modernidad frente a la tradición, lo místico frente a lo racional y el destino frente a la casualidad.