En Caín, Saramago regresa a los primeros libros de la Biblia. A través de un itinerario heterodoxo, recorre ciudades decadentes y establos, palacios de tiranos y campos de batalla de la mano de los principales protagonistas del Antiguo Testamento, imprimiéndole la música y el humor refinado que caracterizan su obra.
Caín pone de manifiesto lo que hay de moderno y sorprendente en la prosa de Saramago: la capacidad de hacer nueva una historia que se conoce de principio a fin. Una reflexión acerca del origen del poder y de las manipulaciones que las distintas religiones y sus aliados temporales han ejercido sobre las conciencias de los hombres para evitar que el pensamiento sea libre y el uso de la voluntad independiente de criterios religiosos. Una denuncia de los efectos perniciosos de las alianzas entre religiones y política. En definitiva, un alegato contra un Dios que mata y condena a quienes dice haber creado a su imagen y semejanza, y que Caín resuelve de forma sorprendente.