Han pasado muchos años desde que los guerreros teblor desataron el caos y la masacre en Lago de Plata.
Ahora las tribus septentrionales ya no hacen incursiones en las tierras del sur. La ciudad se ha recuperado, pero el legado perdura. De hecho, Karsa Orlong, uno de los tres, es ahora reverenciado como un dios, aunque como un dios indiferente. En realidad, a lo largo y ancho del mundo de Malaz han surgido adeptos a varias religiones. Están los adoradores de Coltaine, el Dios de las Alas negras, y entre la soldadesca imperial abunda el culto de Iskar Jarak, el Guardián de los Muertos.
En respuesta a los informes sobre la creciente inquietud de las tribus de más allá de la frontera, una legión de infantería malazana marcha hacia Lago de Plata. No saben con qué van a verse las caras, pero, a pesar de que el ejército malazano ha evolucionado, hay algo que no ha cambiado: están dispuestos a enfrentarse a lo que sea. O a morir en el intento.
En lo alto de las montañas, un nuevo caudillo está al mando de los teblor. Marcado por las hazañas de Karsa Orlong, pretende enfrentarse a su dios aunque para ello tenga que atravesar el Imperio malazano dejando un reguero de sangre.
Pero más al norte se cierne una nueva amenaza, y ahora parece que son los teblor quienes se quedan sin tiempo. Otra migración, largamente temida, está a punto de empezar. Esta vez son decenas de miles y se disponen a marchar hacia el sur. En su camino, tan solo una compañía de infantería de marina malazana.
Parece que en Lago de Plata va a repetirse el pasado, y eso nunca es bueno.