¿Quién fue la primera persona que te enseñó que no merecías que te quieran? ¿Cuántas veces sentiste que para los demás solo podías ser un secreto, un fetiche o una burla?
Siempre supimos que nuestros cuerpos eran distintos, que estaban fuera de la norma, y que entonces teníamos que ocultarlos o hacerlos cambiar. Ser FLACAS para que nos vaya bien, para que nos quieran, para poder tener una vida plena. Y si eso no era posible, condenarnos al silencio y soportar todas las humillaciones. Fuimos la gorda gauchita, la gorda agradecida, la gorda fetiche. La gorda del grupo, siempre. Deseamos a escondidas y nos bancamos relaciones tóxicas por miedo a que nadie más nos diera una oportunidad. Pero hay un lado B de esa historia: aquel en el que sí fuimos deseadas y amadas, aquel en el que sí podemos contar nuestras aventuras, nuestras primeras veces, y hablar de todos esos placeres que nos negaron pero que logramos descubrir igual. Un lado B en el que sí podemos, de una vez por todas, ser libres.