Las antiprincesas crecieron y dejaron de esperar ser besadas por el príncipe para despertarse de un sueño de un siglo, de sufrir el miedo de cruzar por el bosque y de cargar una coronita en la cabeza que achataba sus sueños. El pañuelo verde, de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, se colgó de las mochilas y entró a las aulas, viajó en colectivo, se reconvirtió en un símbolo de complicidad en las plazas, se vistió de aullido de poder en los puños y se abrigó como un modo de defenderse del frío en el cuello en la vigilia del 13 de junio, en el Congreso de la Nación, para lograr la media sanción de la legalización de la Interrupción Legal del Embarazo.
Las niñxs con las puertas abiertas a saberse libres, a tomar modelos históricos de mujeres, lesbianas y trans aguerridas, creativas, potentes, sensibles y revolucionarias se sacaron los moldes de sumisión y uniformidad que les ofrecía el mercado de una sola oportunidad, un solo cuerpo, una sola sexualidad, una sola opción vital. Ahora, son chicas, pero no tan chicas, ya son sujetas políticas y de derecho: están en las calles, en las redes sociales, en los centros de estudiantes, en las organizaciones sociales y políticas, en la música y el arte, en las radios y en el diseño y se hacen ver y escuchar en todos lados donde están, incluso y con un rol fundamental en las mesas de sus casas.
Las chicas toman la palabra. Y ponen el cuerpo. Buscan ser más libres, más gozosas, esquivar los cuerpos uniformados, gritarle al acoso callejero, reclamar por sus amigas, tener sexo sin el fantasma de la clandestinidad del aborto. Son protagonistas de la revolución de las hijas. Y son las dueñas de un feminismo que busca en la felicidad un horizonte donde el tiempo y el territorio son por todas, y por ellxs, una forma de socializar el goce y colectivizar las demandas. Las protagonistas son las jóvenas y escriben su propia historia.
Bienvenidas al mundo que soñamos.