A finales del siglo III a. C., Roma se encontraba al borde de la destrucción total, a punto de ser aniquilada por los ejercitos cartagineses al mando de uno de los mejores estrategas militares de todos los tiempos: Aníbal. Su alianza con Filipo V de Macedonia, que pretendía la aniquilación de Roma como Estado y el reparto del mundo conocido entre las potencias de Cartago y Macedonia, constituía una fuerza imparable que, de haber conseguido sus objetivos, habría determinado para siempre el devenir de Occidente.
Pero el azar y la fortuna intervinieron para que las cosas fueran de otro modo. Pocos años antes del estallido del más cruento conflicto belico que se hubiera vivido en Roma, nació un niño que estaba destinado a cambiar el curso de la historia: Publio Cornelio Escipión.