Todos en todas partes hemos tenido que enterarnos de que un virus es horrible porque es complejísimo e ínfimo: un alien invisible y ubicuo que genera pandemias arrasadoras. Los personajes de Después de todo también creyeron que lo habían aprendido. En África, en Treinta y Tres en Montevideo y en la Antártida estas mujeres y estos hombres de la novela atravesaron, como nosotros, algo parecido al COVID 19, y cuando el descalabro global remitió, cuando todo parecía asentarse, supieron que la perfección idiota del virus es también una especie de reactivo que sirve para revelar grandezas y miserias. Ellos, los personajes, creían que ya lo habían resuelto. Entonces, algo aún más devastador e inconcebible designado como Taw irrumpió trayendo más muerte y algunos corrimientos civilizatorios inauditos. Esta distopía de Gustavo Alzugaray hace un señalamiento pesimista del mundo tal y como lo conocemos. Otros rasgos del género también se realizan con maestría en Después de todo: la resistencia de un grupo de confabulados heroicos, las peripecias apocalípticas en un mundo destartalado que va adquiriendo sentido mientras se despliega, en forma de acción y aventuras, ante el lector. Pero también hay en esta novela el espesor literario (o, más analíticamente, poético y político) de aquellos cetáceos narrativos espectaculares y sincréticos, propios del mundo en que el autor y sus congéneres se formaron como lectores y escritores. Por ejemplo: lo que mueve la fábula es un elenco de personajes verosímiles y extraños (El Jéguel, Vidurria, La Píter, la Tana Zini) que el lector no tiene más remedio que querer y que desde la filosofía o desde la crónica policial- bien pueden ser calificados como sujetos. Quiero decir que Después de todo funciona como distopía precisa y dinámica, y es también una gran novela. Gustavo Espinosa
Después de todo
$ 690,00
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