La historia no puede ser dominio exclusivo de los historiadores, del mismo modo en que nuestra salud no debe ser únicamente asunto de los médicos, ni la justicia cuestión de abogados. Es así que aspiro, con este libro, a hacer una pequeña contribución a la apropiación social de la historia.
Por eso es que este, más que un libro de historia, es un álbum de fotos de la familia humana. Pero no se trata de una galería azarosa, sino de una cuidadosa colección de guiños, algunos sarcásticos, otros asombrosos, trágicos, tiernos o decididamente raros. Son esas historias chiquitas que conviven con la oronda y autosuficiente Historia. Y lo que es peor: le hacen cosquillas, desafían y socavan la pulcritud incontestable del relato oficial, ese uni-verso del pasado científicamente comprobado.
Me gusta pensar estas historias chiquitas como un ring raje, una guerrilla cultural que cuestiona la omnipotencia del relato admitido. Son las historias que cuentan lo prohibida, lo poco seria y graciosa, lo excluida, lo absurda y, especialmente, lo contradictoria y diversa que toda realidad es.